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REFLEXIÓN NAVIDEÑA, AROMAS Y OTROS MANJARES DEL RECUERDO

Barcelona, 23 diciembre 2017

¿Son los brillos, las luces o su ausencia, las sonrisas o las prisas, los regalos con ilusión o el puro consumismo, o se trata de los aromas, lo que nos transporta al encapsulado, perfecto o imperfecto, recuerdo de nuestra infancia navideña?

Llega enredada en esperanza, vestida de gala, manjares y recurrentes deseos de paz y amor, (¿qué cuánto van a durar?). Llega la Navidad empaquetada con un gran lazo por las campañas publicitarias, llega para todos, la queramos o no, llega con un sabor dulce y cremoso para unos, ácido y chirriante para otros.

No creo que haya un término medio en el baremo de disfrute y amor hacia estas Fiestas. Al igual que hay a quién nos gusta cumplir años, porqué cada minuto que pasa merece ser celebrado, hay quién niega el paso del tiempo, quitándose años, negando lo irremediable. Con la Navidad cristiana, hablo de cultura cristiana para los no creyentes, pasa lo mismo. “Algo” inevitable, presente año tras año que inunda el ánimo, las rutinas, los planes, nuestra agenda y todo lo que nos rodea. Si te gusta lo disfrutas como un niño, que se embebe de colores, ilusiones, sueños y amor. Si no te gusta, o incluso te repele, que mal lo debes pasar, porqué no hay ni un solo milímetro al que huir.

Nuestras entrañas, nuestras emociones más primitivas, son las que nos empujan directamente a uno u otro bando. Sin duda la Navidad es una festividad religiosa, con fe la Navidad se vive en la máxima plenitud, nace Jesús, el Salvador. Para otros, que vivimos ese tipo de Navidad en la infancia, hay cosas que han cambiado, la respiramos de manera diferente, pero nuestros recuerdos nos hacen amarla. Otros no la quieren ni ver, sea consecuencia de algún acontecimiento dramático acontecido en estas fechas de niño o de no tan niño, o simplemente la ausencia de magia es debida a una ideología atea radical o anticapitalista.

Todo respetable, faltaría más, pero dejando de lado temas personales, ¿no sería bonito, aunque fuera por unos días, dejarse sentir esa luz que reside en lo más profundo de nuestro niño interior?

Soy afortunada, la vida me ha regalado Navidades con aroma a paz y amor. Los dramas han acontecido fuera del calendario de adviento, y aunque no se olvidan, la voluntaria y temporal venda ilusoria adornada con guirnaldas cumple su función.

Ahora quiero hablar del “aroma” a Navidad. Cerremos los ojos un instante, aquellos a los que os apetezca, respiremos profundamente trasladándonos a nuestros primeros recuerdos de infancia navideña.

El “aroma” no es solo nariz y cocina, es vista, tacto, sonido, gusto… recordemos lo bueno, porque algo bueno hubo seguramente.

Un roce de la mano cuarteada de tu abuela, el ave asada saliendo dorada del horno, el paseo tradicional en el caos de la Feria navideña de Santa Llúcia, el sonido de los Villancicos saliendo por una ventana, el entregar tembloroso y esperanzado la carta a los Reyes Magos, la visión de los coloridos regalos bajo el árbol o al pié de una escalera: - ¿me lo habrán traído?, el encontrar la figurita al morder el Roscón de Reyes: -Que no sea el haba, que no sea el haba… , el rasgar los papeles de regalo, la cara de ilusión al reencontrarse con alguien querido, el no dormir por la noche porqué entrará un desconocido regordete y con barba por la chimenea, o más aún 3 señores con sus camellos en el salón de casa, ¡y yo ni me he enterado!

La Gastronomía es sin duda uno de mis detonantes para sentir la Navidad muy cerca, la buena cocina en casa mi recuerdo, mi “aroma” a Navidad.

Recuerdo el aroma a caldo navideño invadiendo mi casa, su poder transmutador de un mini gallete al hervir en él, convirtiéndolo en un fenómeno masticable y gigante, la cuchara de plata coge temperatura: -me quemo! el queso deshaciéndose al calor de los vapores y al estirar el incomodo hilillo infinito que tardas en enderezar hacia tu boca… y en boca, mordisco, hilos y jugo de Navidad. Entonces y ahora un placer inolvidable.

El ave asada saliendo dorada del horno, memorable momento aromático, visual tentadora la de la crujiente piel y la humeante, blanca y sinuosa carne al despiezarlo. Y ¿qué decir del codiciado juguito concentrado del fondo de la salsera, los jugos reducidos se han caramelizado oscureciéndose y se reparten, escasos, entre la manteca y la grasa del propio Capón Navideño. Me gusta más mi guarnición de relleno hecha aparte, que la de antaño cocida al vapor en el interior del animal. Cada elemento recibe su trato de favor por separado, ciruelas y orejones son hidratados al Cognac, para luego ser salteados en mantequilla. Los gajos de manzana Golden sin piel y untados con un poco de limón, para evitar la oxidación, son salteados en mantequilla clarificada y reciben casi al final un flambeado al Cognac. Las salchichitas doradas en una sartén con mucho mimo para conseguir un dorado uniforme. ¿Y la salsa? Compendio de todos los jugos restantes, el caldo, ya reducido, utilizado para bañar el Capón durante su cocción, las grasas del asado, el Cognac que ha levantado los caramelos de las bandejas de cocción, las mantequillas de los salteados. Todo junto, te hace ver el cielo.

Otro plato común en mi casa, para estas fechas, es y ha sido siempre los canelones, antaño de carne asada pasada por la máquina de picar y ahora, mi especialidad, de pollo picado a cuchillo, con mi foie micuit a la sal y trufa. La bechamel lleva cebolla confitada y ceps en polvo, cosa que aporta más intensidad al conjunto. Gratinados con Emmenthal recién rallado y mantequilla se hacen irresistibles. Aunque más elaborados y diferentes, su gratinado huele igual que antaño, a mantequilla tostada y queso fundido.

Recuerdo un algo, no comestible pero aromático: los crackers. Eran unos rollitos de cartón rellenos de pequeños regalos cubiertos de bonitos papeles y envueltos como si fueran caramelos. De los extremos de los lazos salían unas tiras de cartón, cada comensal cogía un extremo, ofreciendo el otro al vecino de mesa. Debían estirarse a la vez, con fuerza, para que el cracker se rompiera. Al estirar las tiras se escuchaba un “boom” pequeñito y olía a pólvora! Caían los regalitos sobre la mesa. Asocio este aroma al ruidito que mi abuela hacía al quitarle el gas al Champagne con una pequeña bola unida a un palito y que hacía rodar por la copa Pompadur con brío.

Tantos y tantos “aromas” construidos en platos y luces, en regalos y fortuna, en agradecimiento, en amor, en ausencias… Son los detalles los que construyen una vida, los recuerdos aportan una cierta melancolía, pero nos animan a crear recuerdos nuevos compartidos con quién nos rodea.

Los regalos no son solo objetos, son tiempo invertido en escoger ese algo que le haga vibrar, la comida no son solo nutrientes, son aromas que pueden marcarnos la vida, poner la casa bonita o una mesa grandilocuente no es ostentación, es ilusión para que el lugar de encuentro, nuestro nido, sea un espacio bello y armonioso, un entorno mágico para unas fechas mágicas.

Cada uno de nosotros tenemos un detonante, debemos escuchar a nuestra luz interior y mirar más allá de lo que se ha creado alrededor del regalo: colores, lazos y sedas se agradecen porqué hacen la vida más agradable, pero lo importante es el amor en forma de entrega e ilusión, que son los otros manjares del recuerdo.

¡¡¡Felices Fiestas a todos!!!

Teresa

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