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VER MÁS ALLÁ DE LA OSCURIDAD


No hace mucho sentí el peso de mis carencias sobre los hombros, mejor dicho: sobre mis párpados.

Era un día de clase.

Este pasado mes de julio he trabajado para Oxbridge, una agencia que organiza programas experienciales para adolescentes de todo el mundo, por todo el mundo.

En esta ocasión setenta y cinco criaturas, en general desorientados polluelos caídos del nido por primera vez, aterrizaron en Barcelona para disfrutar de una experiencia única y transformadora: vivir en Barcelona por un mes.

Con unas ciertas libertades pero con límites, tendrían suficiente espacio para comprender lo que la ciudad y nuestra cultura podían ofrecer.

Cada adolescente, de entre 14 y 18 años, tendría la posibilidad de escoger dos asignaturas: la “Major”: seis mañanas a la semana por 3h y la “Minor”: 2’5h tres días por la tarde.

Estos meses pasados han sido intensos en iniciativas y novedades, estaba cansada e imaginaba un largo verano de relax frente al mar.

A pocos días de fin de junio, casi con las maletas hechas, recibí una llamada de una de las guías de Context, agencia de viajes con la que colaboro como docente de Tours Gastronómicos, me ofreció su puesto en Oxbridge como profesora de Cultura y Cocina.

¡Genial! Otra experiencia, otro reto, el relax podía esperar.

Tras una entrevista por Skype con la central en Nueva York, admitida y contratada, me puse manos a la obra, tenía solo una semana para hacer el curso de Lucía mío, para reconfirmar algunas actividades que ella había reservado, contactar, presentarme y redefinir los contenidos culturales y culinarios que iba a impartir. Suerte que se me da bien organizar y sintetizar y pronto tuve mi programa perfilado y listo para lanzarme por primera vez a la enseñanza.

Este año he emprendido una nueva bifurcación a mi autopista profesional: una satisfactoria ramificación más intelectual de la Gastronomía, otra manera de compartir mis conocimientos presentándolos, no en un plato de delicada composición, sino por escrito en mi nuevo Blog y acompañando a ilusionados, interesados y sibaritas turistas a participar vivencialmente, Barcelona mediante, de mi pasión por la comida y por la ciudad.

El grupo era heterogéneo. Once jóvenes y variables pequeños hombres y mujeres. Pasaban del interés al desinterés, del entusiasmo al pasotismo, de la hiperactividad a la pereza como quién se cambia una camiseta. Sus momentos luminosos me dieron las fuerzas para seguir, como rayos de sol que te calientan en un gélido día de invierno, sus momentos de desconexión podrían hundir al más entusiasta y experimentado maestro.

Entre otros momentos de luz, hubo uno especialmente resplandeciente: a oscuras.

Una de las temáticas de mis actividades, una vez cubiertas las imprescindibles visitas a la Boquería, las tiendas centenarias del Born, el obrador de Escribà y otras, la introducción a la cultura Gastronómica del Mediterráneo, las bases: el aceite de oliva extra virgen, el pan y el vino, la huerta, el jamón ibérico y tantos otros temas, fue la innovación y la creatividad. Y dentro de este apartado los sentidos y su importancia a la hora de apreciar una experiencia Gastronómica.

Y para poder apreciar su “imprescindibilidad” llevé a mi atolondrado o desmotivado grupo, un segundo uno, otro segundo lo otro, a Dans le Noir?, un restaurante a oscuras.

Es curioso cómo puedes tener una certeza por intuición y después de vivir una experiencia comprender lo ciego que estabas, nunca mejor dicho.

Hoy era yo la (casi) despreocupada: una clase sencilla, llevar a los chicos, cruzando toda Barcelona, hasta el restaurante y vivir la experiencia, al igual que ellos, por primera vez, sin tener que añadir mucho contenido a la clase, que les enseñaría por sí misma.

Pero lo que iba a ser una lección para ellos se convirtió en una experiencia de grupo, sentí una conexión única entre todos nosotros.

Los micro grupos creados en clase, evidentemente condicionados por su educación: sudamericanos a los que no les gustan los gringos, la diferencia entre colores de piel, los estadounidenses que diferencian las clases según los diferentes estados sintiéndose inferiores o superiores y evidentemente los abismos que genera la diferencia de educación, de economía y de rango de “poder”: profesora-alumno.

Esos subgrupos se rompieron en la oscuridad: al no ver olvidas, no hay marcas que diferencien la ropa que llevas, no hay color de piel que te haga superior o inferior, ni complejos que esconder, ni rangos, ni postureos: estás desnudo, figuradamente.

En la oscuridad todos fuimos iguales. Todos estuvimos expuestos a la falta del sentido de la vista, estuvimos ciegos por una hora.

Entre risas conseguimos, guiados por nuestra camarera, ciega, llegar a sentarnos.

Una vez abandonados al vacío, las inquietudes empezaron a brotar.

Perdida y apesumbrada, la ansiedad tomó mi mente y mi cuerpo. Abría los ojos, como platos y no podía ver. Forzaba mis córneas al máximo y mis pupilas se dilataban tanto que mis iris desaparecían. Como un perro hambriento que olisquea desesperado rastreando un aroma y cuando llega al lugar exhausto, no hay nada de comer.

No sentí la ausencia de luz, sufrí la ausencia de control.

La experiencia supuestamente placentera de catar comida a ciegas, iba a ensalzar los otros sentidos, haciéndonos disfrutar de una experiencia Gastronómica más intensa en el paladar, el tacto, comimos con las manos, el aroma… y fue así, una vez todos pudimos calmar nuestros miedos particulares.

Escuché a Isabel aterrorizada, estaba sentada al límite de la alargada mesa, se sintió desprotegida, no sabía qué o quién había más allá. Otros muchos tuvieron esa misma sensación pero la inquietud venía de detrás, ¿me estarán observando?, -puede haber alguien y no le veo, ¡Tengo miedo! Repetía Mina, mi adorable alumna turca.

Expresé mi ansiedad, sinceramente, en voz alta, sobre mi necesidad de control. Que recuerde, solo Mathew compartió el mismo terror. Ambos sufrimos la falta de control.

La sensación, pude imaginar, debe ser la misma de cuando te atan las manos y los pies, de inmovilidad total, de incapacidad, de imposibilidad. Pero es diferente, porque eres y estás libre, pero no puedes hacer nada porque no ves.

Me invadió una tremenda tristeza pensando en mi tío José Luis, que vivió ciego desde los 13 años hasta su muerte. Creo que es peor haber visto y dejar de ver, que no haber visto nunca. Sin punto de referencia no puedes enloquecer pensando en lo que te estás perdiendo, aunque por otro lado no puedes visualizar “la realidad” cuando te la intentan explicar. Dada mi breve e insignificante experiencia de ese día solo pensar en perder la vista me pongo a llorar.

Cuando empezamos a relajarnos en nuestra nueva situación, la alegría natural de la juventud, sin prejuicios ni preocupaciones, brotó como una carcajada. Mi inicial intento de controlar la situación, al grupo, la clase y a mi propio ser, perdió la batalla e irremediablemente cedí.

Todos hicimos bromas, todos pasamos del estrés inicial al relax, diría más: a la aceptación, y fluimos con la situación, disfrutando de la cata, comentando los sabores que creíamos identificar, disfrutando de cada bocado, con sorpresa y admiramos a nuestra camarera, por su entereza, maestría y dominio de aquel reinado que era el comedor, en el que sin ella estaríamos perdidos.

Ayer cuando empecé el artículo, me instalé en la terraza del apartamento en Playa de Aro, encendí dos velas y me serví una copa de vino blanco, se podía respirar gracias a una ligera brisa. En plena reflexión se fue la luz en toda la población, me quedé iluminada por mi ordenador y las velas, nada, ni un solo destello más allá de mi mesa, solo el vacío relleno de gritos de susto, broma y queja que salían de los apartamentos y de la gente en las terrazas y el paseo.

La luz no es solo necesaria para la vida de hoy en día, murió la batería de mi ordenador y no pude seguir escribiendo hasta hoy, es necesaria para crear vida y para vivirla en su máxima expresión.

Ver es, desde mi pedestal de seguridad en mis ojos, imprescindible, pero la plenitud tal vez o seguramente pueda ser alcanzada en la oscuridad, sensorial, con la luz interior, una luz más costosa, ya que para alcanzarla hay que rebuscar muy adentro.

En esta experiencia grupal, la oscuridad recayó en mis parpados cegados voluntariamente, pero la ceguera puede ser interior, y de esta, sin esfuerzo, no se puede escapar. Sin ver me vi y me conocí un poco más.

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