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INTIMIDAD, IMPRONTA GASTRONÓMICA EN CAN BOSCH

Hoy llueve. Extraño día otoñal y melancólico a finales de primavera.

Enciendo una vela, incienso, me envuelvo en añoranza y me dispongo a escribir.

Escandalosa tormenta.

La estructura social instaurada en nuestra cultura mediterránea nos impulsa a reunirnos entorno a una mesa. Encontrarse, celebrar, socializar, cotillear, simplemente devorar con pasión o deleitarse en la comida y la bebida, suele ser un acto superior a la pura nutrición, necesaria como el combustible para seguir en movimiento.

Hace muchos años que disfruto del yantar. Sola o en compañía.

Creo recordar unos primeros años de tímida ignorancia de los placeres de este excelso acto, fueron pocos y lejanos, en que me perdí, por ejemplo, el grisáceo, transparente y fresco caviar Iraní de Beluga que traían cada año unos amigos suizos. Prefiero ni pensarlo para no recriminar a la niña remilgada que fui.

Duró poco. Recuerdo un primer analizar un plato, no debía tener ni 18 años, cómo disfruté de aquella extraordinaria combinación de sabores: solomillo de cerdo, melocotón en almíbar y queso azul. Mi interés en reproducirlo o archivarlo en mi biblioteca de sabores, archivo que ha hecho de mí una cocinera de creatividad extensa, me regaló una puerta a la vida, al deleite, al placer de este acto aparentemente tan banal.

Similar experiencia quiero transmitir a mi nueva pequeña familia.

Hoy hace dos años, dos meses y quince días conocí al amor de mi vida. Cada día doy gracias de esta elección mutua. Pero hoy quiero hablar de sus hijas: Carlota, de 15, y Ariadna, en cuatro días cumplirá 12, que siento ya, en parte, mías.

No las veo tanto como quisiera, viven en Tarragona con su madre, aunque los fines de semana están con su padre y hacemos lo que podemos para pasar tiempo juntos.

En una de mis visitas a la preciosa Tarraco romana, y tras abrir una hucha que relleno a diario con monedas de uno y dos euros, destiné parte del tesoro enlatado a ofrecer una experiencia gastronómica a mis pequeñas nuevas amigas.

Les invité a Can Bosch. Lo escogí por ser uno de los mejores restaurantes de la provincia, de producto marinero y con una oferta culinaria, aún teniendo una estrella Michelin, sin complicación para paladares inexpertos.

Era noviembre y tras un paseo por el puerto de Cambrils nos dirigimos al restaurante. Su primer restaurante con estrella, sus primeros “amuse bouche”, sus primeros “petit fours” y sus primeras espardeñas.

Un restaurante con una consistente y reconocida trayectoria:

En sus inicios, 1969, abrió como un humilde bar de pescadores de la mano de Juan Bautista Bosch y Lourdes Font, en 1980 fue restaurante, recibiendo el reconocimiento de la guía roja en 1984, de la mano de la segunda generación: Juan Bosch y Montserrat Costa. La continuidad en manos de la tercera: Arnau Bosch y Eva Perelló desde el 2012, les mantiene aun en la cresta de la ola.

Entrada elegante enmarcada con setos en grandes macetas, la cosa promete. El interior del restaurante está decorado de manera impecable combinando maderas y lámparas modernas con elementos decorativos clásicos: cuadros antiguos, muebles y otros. Manteles de hilo perfectamente planchados, detalles en cada mesa, vajillas personalizadas, modernas y originales.

No recuerdo mis primeras sensaciones al entrar por primera vez en un restaurante de lujo, ya que empecé a visitarlos asiduamente desde muy pequeña. Pero la ilusión, los nervios y las sonrisas de “las peques”, aunque ya no lo sean, como las llamamos cariñosamente Jesús y yo, podrían describir aquel momento.

Nos acompañan a la mesa, impoluta, servicio profesional, discreto y educado, “com cal”, como cabe esperar. Escudriñamos la carta. Tengo claro que comen poco y que no vamos a arriesgar demasiado en la elección de los platos. Solo me aventuro con las espardeñas a la andaluza.

Pedimos también calamares a la romana, “rovellons”, níscalos, salteados con calamares a la plancha y paella marinera. No se trata de que coman cosas muy complejas, sino sencillas pero con la máxima calidad de producto y de técnica, este es el restaurante adecuado.

Lo primero en aparecer es una roca con unos crujientes casi cristalinos encajados a modo de peineta. Risas, ¿qué es esto?: - Los aperitivos. Prueban, descubren y parecen disfrutar.

La sonrisa más grande cuando aparece el camarero y nos explican el resto de aperitivos: colorido conjunto dispuesto en una cajita a modo de joyas comestibles y unos cucuruchos enzarzados en unos alambres los suspenden en el aire. Me sorprende pero los prueban todos, algunos no los entienden y los dejan, son más sofisticados que la cocina marinera clásica que hemos elegido, pero forman parte de la experiencia en un restaurante con estrella. Ya habrá tiempo de que comprendan y disfruten.

Llegan los calamares: -¡Los mejores de mi vida! Exclama Carlota. Ciertamente excelentes: frescos, tiernos y con un rebozado crujiente y nada aceitoso. Esto empieza muy bien, además ¡tienen el paladar, el interés y el respeto hacia la comida!

Pinchan una espardeña, no les explico lo que es para no originar un revuelo. Lo prueban desconfiadas: ¡les gusta! Les explicaré el origen en el pepino de mar, muchos días después, mientras tanto siguen comiendo, prefieren los calamares, imagino que porqué tienen un punto de referencia con el que comparar, pero se las comen. Por mi parte disfruto de las espardeñas, valoro su textura un tanto más rígida y el sabor más intenso a mar, un lujo.

Los calamares a la plancha con níscalos deliciosos: como “mantequilla” marina ligera y al punto justo. Los níscalos un poco duros, pero sabrosos.

Y la paella, evidentemente otra dimensión, no cabía duda. Acostumbrada a los restaurantes de alta gastronomía, que en general son de cocina moderna o molecular, disfrutar de una receta tradicional en su máxima expresión, técnica y de producto, es un lujo “exótico”.

Las niñas notan la diferencia con otras paellas, que no es que fueran malas, pero la base de esta es diferente, más sutil, elegante y a la vez sabrosa y los mariscos en su punto.

Pasamos a los postres, excitación. Lo tienen claro: Couland cobertura negra 70% con helado de vainilla Bourbon. Les encanta abrirlo y que caiga el chocolate fundido. Les explico la diferencia de este con tantos otros “falsos” coulands que habrán comido antes. El relleno de ganache que lleva el original y no el dejar crudo el interior de una masa de pastel de chocolate, elección indigesta y lejos del original.

Me interesa un postre fresco y diferente, Jesús se apunta. Pido una espuma de yogurt, perlas de agua de violeta y sorbete de frutos exóticos: extraordinario, perfumado, sutil, ligero y muy interesante.

-¿Cafés? Jesús toma un solo, yo nunca. Y aparecen los “petis”. -¿Pero qué es esto?, pregunta Ari asustada, -¿Hay más comida? Para ella, el terminarse su parte de paella y el postre ha sido un esfuerzo, pero no quiere perderse nada y al ver el muestrario de bizcochitos, rocas de chocolate, “éclairs” y “macarrons” abre la boca del entusiasmo y del susto al unísono. -Intentémoslo. Lo prueban pero preferimos llevárnoslos para más tarde.

Saludamos a Juan Bosch. Le agradecemos la experiencia y Jesús entabla una conversación sobre los viejos tiempos en que solía venir con algún amigo de la casa.

Al salir a la calle las niñas agradecidas me abrazan y besan, son un amor.

Ha sido una gran experiencia para ellas, y para nosotros.

Han disfrutado y aprendido, no solo de gastronomía, sino de un tipo diferente de ceremonia cultural: la del deleite de los sentidos, la del respeto y amor por las cosas bien hechas, la de la excelencia del producto, la de los ingredientes y formas diferentes, la de valorar un escenario: un conjunto de objetos, vajillas, cristalería, arte etc de calidad, lugar que envuelve el esfuerzo de una gran cocina en un papel de seda para tu disfrute, y la del trato excelso de un equipo de sala.

Todo ello genera una vivencia bella, emocional, apacible y silenciosa e imprime una nueva dimensión en nuestros sentidos y en nuestro recuerdo, que tatúa un: -Quiero más.

Restaurante Can Bosch, Cambrils, Tarragona, 19 noviembre 2017

Las bellas protagonistas:

MI FEELING

EL PERSONAL: Amable, eficaz y profesional.

EL LOCAL: Restaurante marinero formal, acogedor, de cuidados detalles.

LA GASTRONOMÍA: Fresca, mar en el plato, alta calidad de materia prima y muy buena técnica. Cocina clásica con parte de su carta adaptada a los nuevos tiempos.

EL PLACER: Emocional: respecto a la situación y la compañía. Profesional: respecto al trabajo bien hecho.

GENERAL: Muy recomendable en cualquier ocasión. Profesionalidad total y excelencia del producto y de su trato.

INFO

RESTAURANTE CAN BOSCH

Rambla Jaume I, 19, 43850 Cambrils, Tarragona

977360019

www.canbosch.com

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